Ruta Amarilla

Ruta Amarilla

Este escrito fue publicado en febrero 19 del 2019.  Ya vamos para seis años viviendo acá.  Ahora caminamos mucho más que eso y más corrido.  Es bonito ver de dónde vienes.

Tal vez cuando te diga la distancia que caminé, te rías en mi cara, pero no me importa. Uno de estos sábados, mi esposo y yo decidimos que íbamos a ir a caminar en un parque que estaba cerca de donde comimos. Soy puertorriqueña y hace un año y dos meses que vivo en Georgia, así que encontrar un lugar con comida de mi isla es como la gloria. Luego del deleite, nos fuimos a caminar. Ahora pongamos las cosas en perspectiva.

Mi idea era que iríamos a un parque no tan pequeño, pero tampoco tan grande. Con bancos, niños corriendo y adultos paseando sus mascotas. Le daría una o dos vueltas al parque, hablamos de lo que quisiéramos y finalmente nos iríamos. Algo que no hacemos todas las semanas, saldríamos de la rutina, me reiría de las ocurrencias de mi esposo y seguiríamos nuestras vidas. Conversar nuevamente de camino a casa. Finalmente sentarnos un rato a ver cualquier cosa en la televisión y así acabaría nuestro día.

Lo que no sabía era que Dios se estaba riendo de la idea tan simple de lo que creía que sería mi día. Llegamos al parque, pagamos la entrada. Luego nos dimos como una pequeña perdida porque el parque era INMENSO. Finalmente encontramos “la oficina principal”, donde está la historia, venden cosas y hay baños. Le pregunto al amor de mi vida que si me llevo mi botella de agua, y me contesta estas lindas palabras; “mi amor, vamos a explorar”. Para que te puedas imaginar, me puso una cara de… por favor, no necesitas una botella de agua para caminar un poquito, vamos a estar cerca, y cuando termines ni agua vas a necesitar. Ok, le hice caso a su cara y no me llevé NADA.

Me bajo de la guagua y al minuto una rama me había hecho un rayazo cerca del tobillo. Les juro que aquella fue la señal de que me devolviera, que las cosas no iban a ir bien, pero nooooo, yo seguí, no entendí la señal divina. Entramos a la tiendita, vemos los animales que nos podemos encontrar y un poco de historia sobre algodón. 

Antes de salir a nuestra caminata decido ir al baño, ustedes saben, mejor precaver que tener que lamentar. Para mi sorpresa todas las tapas estaban bajadas.   Es extraño ver un baño público con tapas y mucho más verlas cerradas. Levanto la primera y lo que veo es NEGRO. Casi corro del susto, y me muevo al del lado, levanto la tapa… igual de oscuro. Me voy. Segunda señal de que debía detener la idea de caminar un poco por el parque. Una vez más la ignoré. Le comento a JP, mi esposo, lo que me sucedió en el baño, que no lo usé por miedo y él sólo se echó a reír. Los baños eran como súper naturales y no usaban agua, y todo se convertía en composta, el punto es que me asustaron.

Tomamos un mapa y decidimos que tomaríamos la ruta amarilla. No se veía tan larga, estábamos listos. Empezó el asunto. Comienzo a hablar como un loro, lo normal cuando estoy con JP, el habla como dos palabras y yo hablo el resto. Cualquiera que no sea de mi familia o amigos muy cercanos, dirán que esto es mentira y que yo nunca hablo, pero con mucha confianza soy una cotorrita. No sé cómo llegamos a esa conversación, pero le estaba contando como fue más o menos la infancia de papi y como mi abuela vivía y los detalles que conozco. Vimos una mariposa, nos tomamos una foto y llegamos a un puente. JP hace un comentario, “Ah, ya pensaba, yo me estaba esperando un puente así hace rato y no lo veía”. TERCERA señal señores, y no me di cuenta. El estúpido mapa ese no era fiel a las distancias que teníamos que caminar. Un tramo que se veía súper corto en el mapa era larguiiiiiiiiisimo en la realidad. Buscamos a ver si tenía más o menos las distancias, pero no encontramos nada.

La tercera señal pasó desapercibida, entiendo que Dios se cansó y dijo, “bueno allá tú”. Pasamos el puente y comenzamos a caminar. Felices, hablando de todo lo que yo necesito para ir a acampar, que empieza con una maleta y termina con un mattre de aire, pero bueno, estábamos bien. Llegamos a un río, nos detenemos y nos quitamos los tenis y nos refrescamos un poco con aquella agua fría. Hasta aquel momento mi vida iba de maravillas. Si uno supiera cuando todo va a cambiar, obviamente no caminaríamos, literalmente, hacia esa dirección. Sin embargo, obviamente no sabíamos qué era lo que nos esperaba. Después de salir del río y volver a nuestra ruta amarilla nos topamos con una cuesta. Una jalda, una pendiente una tortura hecha montaña. Comenzamos a subir y subir y subir, y comienzo con mi actitud de crucero, una actitud negativa a la quinta potencia. Comienzo a cansarme muuuuucho, necesito agua, todo iba mal. Nos detenemos en un banco que había, nos sentamos y mi desesperación ya era obvia.

Revisamos el mapa y JP me dice que debemos ir “por aquí” ya. El por aquí, era como que ya no quedaba casi nada de camino. Le comento que acabamos de pasar el río hace un ratito que es imposible que vayamos por donde él dice. Pero mi esposo tiene una seguridad de águila que lo acompaña en todo momento, gracias a los Boy Scouts. Eso ayer no nos sirvió de absolutamente nada. Cuando ya ninguno de los dos puede, él revisa una aplicación que tiene sobre los parques. Habíamos caminado solo 2.5 kilómetros de los 5 que tenía la bendita ruta amarilla. Quiere decir que habíamos caminado solo la mitad. Podrías decir que no hacía ninguna diferencia seguir por dónde íbamos porque iba a ser lo mismo. No amigas, no, no era lo mismo. Si seguíamos por allí teníamos que seguir subiendo una cuesta que desde allí no se veía el final. No teníamos agua, porque solo íbamos a aventurar. Llevaba un traje, mis muslos gordos y sudados estaban rozando y doliéndome más que nunca. Así que decidí tomar la decisión ejecutiva de que regresáramos y no dar la vuelta entera.

De regreso el sudor estaba en todos los rincones de mi cuerpo. Sentía que estaba oscureciendo, pero creo que eran ideas mías porque eran las cuatro de la tarde. Cada vez que JP hablaba quería mandarlo a callar.   A todas las personas que veía en la dirección opuesta les quería gritar que viraran que todo iba a empeorar si seguían. Los 2.5 kilómetros de regreso parecieron una eternidad. También me di cuenta que debí haber mareado a JP, porque si le hablé todo aquel trayecto, aquello era demasiado. Mi actitud era pésima, solo quería llegar y tomarme mi botella de agua fría y todas las botellas que teníamos tiradas por la guagua. Finalmente llegamos. Bueno realmente llegué porque no había de otra, no teníamos a quién llamar para que nos salvara de aquella tortura por la que habíamos pagado y JP no puede conmigo, claro está. Así que no costó más que llegar.

¿Qué aprendí ayer? La vida es una, mantén una vida saludable, pero tampoco es que te tortures. Si le pides algo a tu esposo, muéstrale fotos de lo que estás esperando que consiga. Cuando alguien te diga que no tienes que llevarte agua porque vas a aventurar, NO LE HAGAS CASO, es mentira. Siempre hace falta agua, y de todos modos te tienes que tomar ocho vasos de agua al día y si no te lo llevas no vas a poder cumplir con eso. También sé que por un largo tiempo el color amarillo va a ser mi color más odiado. Bendita ruta amarilla. Me di cuenta que aunque tenía una actitud fatal de vuelta, pude llegar a la guagua. No le digan a JP, pero hace diez años no hubiese llegado. No sé qué hubiese pasado, pero alguien me tendría que recoger. Además siempre es importante tener en el carro bloqueador solar, repelente para los mosquitos e insectos y alguna ropa deportiva que esté siempre disponible. Ahora, lo más importante y que tendré en cuenta de ahora en adelante es que hay que aprender a ver las señales.

Si hubiese hecho caso a la ramita que me rayó, al baño que no me atreví utilizar o al comentario de JP sobre lo lejos que quedaba el puente no estaría escribiendo este ensayo ahora. Sin embargo, ayer hubiese estado feliz. Bueno no queda mucho más que decir. Si quieres hacer algo distinto el próximo sábado, asegúrate bien a donde te van a terminar llevando. Sayonara….

Update en el 2023:

Leo esto y no sé si es algo que escribiría ahora.  Que mucho una cambia con el pasar de los años.  Hoy me puedo llevar otra reflexión de esta misma situación y se las comparto.

La vida es como ese camino desconocido de la Ruta Amarilla.  Queremos lograr cosas y cumplir sueños, pero no tenemos idea de cómo se ve el camino.  El asunto está en no rendirte, en bajar la velocidad si es necesario y continuar.  Claro que mientras más preparada estés mejor.  No es lo mismo tratar de caminar en traje que en ropa deportiva.

Lo mismo para la vida.  Cuando lees, te preparas y estás listas, aunque no lo sepas todo, el resultado debe ser mejor.  Nunca lo vamos a saber todo, nunca vamos a saber qué montaña o problema tendremos que resolver, pero saber cuál será nuestra reacción hace un gran cambio.  

Finalmente me llevo el cambio.  Leer mi forma de ver la vida hace unos años atrás y ver cómo enfrento todo ahora, es MUY DIFERENTE.  Estamos cambiando diariamente amiga, no te preocupes por perfección, ocúpate por hacer eso que quieres hacer.  A medida que pasa el tiempo se va mejorando.

Hasta el próximo martes, vienen grandes cambios para la página. ¡A Brillar!

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